Ale Durdos
Recuerdo una imagen de cuando era niña, en la escuela; una mirada perdida observando por la ventana del grado. Tendría 8 o 9 años y una mirada ausente, lejos de las risas y los gritos de mis compañeros, ya me preguntaba en ese entonces ¿qué hago acá?
Algunos sentimientos de tristeza, ausencia, soledad se escondían en mi corazón. Tenía pensamientos tan reiterativos e inoportunos en mi cabeza que parecían no poder controlarse. Muchos problemas en casa también.
Esa incertidumbre se hacía cada vez más frecuente; ¿la vida tendría algún sentido?
Por momentos o etapas irrumpían muy fuertemente esas voces y todo alrededor parecía muy oscuro.
No podría explicar bien como una noche, la más gris, la de más preguntas y llantos de los que no terminan, pensé que capaz que era verdad que existía un Dios.
Fue una luz muy tenue , diría que casi no se podía ver, suave, pero fue suficiente, ¡fue mi esperanza y decidí aferrarme a ella!
Nunca pensé que podía pasarme a mí, pero si.
La fe en Dios cambió la oscuridad por luz, ¡mi vida de a poco parecía tener sentido y también propósito!
No fue magia, fue fe, pequeña al principio pero suficiente.
¡Dios me dio y cada de día me da una nueva oportunidad!
“Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10
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