Coni Pacheco
Cuando era chiquita íbamos a la iglesia cada domingo, religiosamente. Nunca mejor dicho. En ese tiempo vivíamos en Buenos Aires, en un barrio lejos de la capital, así que era un viaje largo. Me acuerdo que, si nos portábamos bien, nos daban un huevo kinder a mi hermana Pau y a mí. La más chica no había nacido todavía.
En el momento que poníamos un pie afuera de la iglesia, volvíamos a la realidad. Arrancaba la semana, la escuela, el trabajo, las tardes de bici y plaza. Hasta que era domingo de nuevo. Y la secuencia se repetía. Se sentía como un modo. Algo así como un interruptor que marcaba Modo Iglesia o Modo Domingo. Pero ir a la iglesia era una actividad más de la semana, con límite de horario.
Un día, simplemente dejamos de ir.
En el año 2004 nos mudamos a Neuquén, después de una crisis económica muy fuerte que nos sacudió como familia. El primer año fue difícil. Tengo grabado en la memoria el recuerdo de quedarme dormida escuchando llorar a mis papás en la habitación de al lado.
Y, como Dios siempre tiene planes perfectos, un día de sol llegamos a la iglesia Jesús es Rey. Nos recibieron con mucho amor. Y de ahí no nos movimos.
A medida que fui creciendo, fui entendiendo la importancia de la iglesia en la sociedad. En toda ciudad hay hospitales, escuelas, bancos, supermercados y también hay iglesias. La iglesia es perseguida y criticada históricamente. Pero nuevas iglesias se siguen levantando. La iglesia une culturas, colores de piel, idiomas, clases sociales, edades. La iglesia es un sólo cuerpo, extendido a través del mundo. Conectada y unida alrededor de Jesús, el centro de todo.
Ahora, hay una diferencia abismal entre ir a la iglesia todos los domingos y ser iglesia todos los días. Y esto no es algo que haya entendido hace mucho tiempo. Lo entendí cuando me empezó a resultar un sinsentido el ocupar una silla, un espacio físico, solo porque es lo que se supone que tenemos que hacer para “ganar una silla en el cielo”. Entendí entonces que la iglesia es un estilo de vida.
Somos iglesia cuando nos sentimos parte de la familia de Dios, hijos de un mismo padre. Cuando nos miramos y reconocemos como hermanos. Cuando nos cuidamos entre nosotros, nos defendemos.
Somos iglesia cuando representamos a Jesús en nuestro lugar de trabajo, en nuestra facultad, de lunes a lunes.
Somos iglesia cuando proclamamos la paz y la unidad.
Somos iglesia cuando reconocemos que nos equivocamos y que necesitamos a Dios.
Somos iglesia si vivimos de acuerdo al propósito por el cual existimos.
Somos iglesia cuando sacamos a la iglesia del templo. Cuando damos y nos damos al que necesita.
Somos iglesia cuando compartimos con el que tenemos al lado lo mejor que nos pasó en la vida; la buena noticia de la salvación y el amor de Dios.
“Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo”. 1 Corintios 12:27
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