Por Verónica Rocca de Pacheco.
Dice el apóstol Pablo en 2° Corintios 12:9a "Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad»."
Podemos saberlo de memoria, haberlo experimentado muchas veces, podemos recordar haberlo leído alguna vez pero decidir vaciarnos de cualquier fuerza que no venga de Dios, renunciar a la pseudo seguridad que nos infunde nuestra propia fortaleza... puede revelarnos que nuestra debilidad es la única oportunidad de ser llenos de la fuerza de Dios.
El año pasado, después de un chequeo médico que derivó en una cirugía bastante sencilla, me encontré en medio de un montón de estudios más complejos que me llevaron a 3 presuntos diagnósticos (2 de las 3 posibilidades me hicieron temblar).
Desde un principio oramos con mi esposo, confiando que en el tiempo y con los resultados de otros estudios, el diagnóstico se iba a inclinar por la 3° opción (alguna enfermedad pulmonar).
Pasadas algunas semanas, por consejo de uno de los médicos que me trataba, decidimos que Diego hablara con nuestras 3 hijas de la posibilidad de que yo estuviera enferma. Ese día se desató una de las más grandes batallas de mi vida.
Desde muy chiquita supe que era fuerte, una fortaleza especial me sostuvo en momentos realmente difíciles... pero en esta oportunidad una fragilidad desconocida para mí salió a la superficie cuando vi sufrir a mi familia; se me rompió el corazón, y me rompí yo.
Creí que tenía la responsabilidad de sostener a los que más amo, además de pelear mi propia guerra de palabra contra palabra.
Me vi parada frente a la puerta del temor, tomando la peor decisión: giré el picaporte y entré a la oscuridad más profunda que se pueda imaginar.
Una mañana de septiembre, tenía turno con uno de mis médicos y la noticia nos cayó como un mazazo, el diagnóstico se seguía inclinando para el lado que tanto temíamos y había que seguir buscando.
Al salir del consultorio, el abrazo tierno de mi esposo me dio el permiso que necesitaba para llorar y derrumbarme. Pero también ese abrazo me recordó que cada vez que Dios me llevó al desierto fue para hablar a mi corazón así que, en ese momento, decidí que escuchara lo que escuchara acerca de mi salud, ¡yo iba a adorar a Dios!
En medio de mi valle de sombras, me había dejado robar la paz, pero nada podía robar mi adoración al Dios de mi historia.
Adoré a Dios en mi debilidad, descubrí la virtud de depender sólo de Su fuerza. Su amor más profundo restauró mi corazón roto mientras descubría que lo que yo creí una prueba Él lo llamaba proceso.
Yendo a la segunda cirugía supe que esa nueva cicatriz iba a ser la marca indeleble de que el poder de Dios siempre pronuncia la última palabra.
Un mes después con los resultados de la biopsia en mis manos... Dios me escribió un mensaje de whatsapp a través del celular de la cirujana: "¡Ganamos!"
"...Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo”.
2° Corintios 12: 9
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