por Ivana Gajardo.
Hace unos años atrás, cuando recién arrancábamos en el negocio de la estética, vivimos junto con mi socia una experiencia extraordinaria. Determinado día, esperaba que ella me pasara a buscar para ir al domicilio de una clienta por un trabajo. Pasaba el tiempo y no llegaba. Recuerdo estar muy preocupada por lo tarde que era, que no me detuve a preguntar qué pasaba. Al llegar, salimos rapidísimo hacia el lugar y no vimos bien la dirección. Lo peor de todo es que no teníamos cómo comunicarnos con la clienta. Luego de varios obstáculos y muy pasada la hora, logramos ubicarla.
Entramos a su casa, y nos encontramos con dos mujeres que intentaban disimular la tristeza. Comenzamos el trabajo y con mi socia nos mirábamos como entendiendo que algo pasaba. Decidimos en ese instante "dejarlo ser", dejar fluir al espíritu de Dios en ese lugar.
Comenzamos a dirigir la charla según veíamos que Dios nos decía, siempre escuchando a la señora mayor, quien mostraba síntomas de depresión.
Resultó ser que su único hijo varón, el menor y más mimado, había muerto hacía unos meses en circunstancias horribles. Entre que aplicábamos una crema y otra, le dimos toda nuestra contención y permitimos que abriera su corazón.
Dios obró de manera preciosa trayendo consuelo y paz.
Al terminar, nos despedimos con un fuerte abrazo y nunca más supimos de ellas. Pero tenemos la seguridad de que ese día, dejamos ser al Espíritu Santo.
Nunca te avergüences del evangelio porque es poder de Dios para salvación, y nunca sabés cuando vas a tener que ser puente entre el cielo y la tierra, entre Dios y la gente, para que las vidas de muchos sean transformadas.
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